VIAJEROS AL CARIBE
Mi padre y yo solíamos sostener largas tertulias sobre la historia y el orígen de nuestro apellido. Yo escuchaba sus relatos y apuntaba en mi memoria nombres, fechas, anécdotas; confiada siempre en que, si olvidaba algún detalle, él estaría allí eternamente para recordármelo. No fue sino cuando él empezó a perder la memoria que yo comencé a usar lápiz y papel y a tomar más en serio aquellas conversaciones, que al final de sus días, más que una investigación, era la única manera de reencontrarme con él. Siempre pudímos hacer contacto en el pasado cuando el presente se le hizo desconocido y yo, angustiada ante sus desvaríos y como queriendo reactivar aquel cerebro que tanto había admirado, lo incitaba a recordar diciéndole que escribiría para él la historia de su familia. Un día me regaló sus memorias del colegio, sus condecoraciones y algunos otros tesoros a los cuales sólo él y yo dábamos vital importancia y ya no hablamos más del asunto.


