VIAJEROS AL CARIBE
Mi padre y yo solíamos sostener largas tertulias sobre la historia y el orígen de nuestro apellido. Yo escuchaba sus relatos y apuntaba en mi memoria nombres, fechas, anécdotas; confiada siempre en que, si olvidaba algún detalle, él estaría allí eternamente para recordármelo. No fue sino cuando él empezó a perder la memoria que yo comencé a usar lápiz y papel y a tomar más en serio aquellas conversaciones, que al final de sus días, más que una investigación, era la única manera de reencontrarme con él. Siempre pudímos hacer contacto en el pasado cuando el presente se le hizo desconocido y yo, angustiada ante sus desvaríos y como queriendo reactivar aquel cerebro que tanto había admirado, lo incitaba a recordar diciéndole que escribiría para él la historia de su familia. Un día me regaló sus memorias del colegio, sus condecoraciones y algunos otros tesoros a los cuales sólo él y yo dábamos vital importancia y ya no hablamos más del asunto.
La historia no la escribí. Después de todo era para él y él ya no estaba allí para leerla; tenía Alzheimer. Sin embargo, después de su fallecimiento en agosto del año 2008, me propuse retomar y continuar lo que mi padre Carlos Raúl Lemoine y yo, entre tertulias y juegos, habíamos empezado diez años antes. Ésta vez con la idea de hacerle un reconocimiento póstumo a mi padre y en su nombre darle a conocer a mis hijos su historia, sus orígenes y, de ser posible, la de todos sus ancestros.
Años atrás había hecho yo la misma rutina con mi suegro, Alberto Roncajolo Guerrero quién, en todos los años que compartimos antes de morir, me había contado gran parte de la historia de los Roncajolo, historia que complementó entregándome el libro que Leontine Perignon de Roncajolo, la esposa su tio abuelo Juan, escribió sobre sus recuerdos en Venezuela; libro que transcribí textualmente en la página dedicada a los Roncajolo.
Es así como nace este trabajo; inicialmente de forma individual y en páginas distintas, con los apellidos Lemoine y Roncajolo, dos familias de inmigrantes franceses que tuvieron en Venezuela una trayectoria muy similar; pioneros de la revolución industrial y hacedores de importantes proyectos que formaron parte de la historia del progreso y de la construcción de un país cuando éste apenas daba sus primeros pasos como nación independiente.
Luego seguí con Los Hernández. Mi suegra Josefina Hernández Saucier de Roncajolo, además de suministrame nuevos documentos y fotos de los Roncajolo, me prestó y me autorizó a publicar en este espacio, el libro de la familia Hernández escrito por su tío Armando Hernández, libro corto que transcribí literalmente y que contiene, además de toda la genealogía Hernández desde el año 1766 hasta 1967, historias fascinantes sobre sus vidas y experiencias que coincidieron con momentos importantes de la historia de Venezuela.
Para completar la estirpe de las cuatro familias que conforman este trabajo faltaba saber algo más sobre el apellido Alzola, tenía segura la genealogía de los nacidos en Venezuela pero llevaba más de una década tratando de investigar las raíces canarias y dándome contra un muro de desinformación, hasta que apareció mi prima María Alexandra Yáñez Pérez para compartir conmigo la misma inquietud por conocer nuestro pasado. Solo teníamos un nombre, Jacinto Alzola, nombre que compartían nuestro bisabuelo canario y un familiar en España. Solo después de morir Jacinto Alzola Cabrera pude ver en una página de Internet, los nombres de su hijos y de sus nietos publicados en un homenaje post morten que le hicieron sus colegas docentes. Fue mi prima Alexandra quien dio el paso de llamar a España y hacer el primer contacto con quienes presumíamos pudieran ser nuestros parientes. Efectivamente fue asi. Gracias a ella se pudo desvelar el misterio que envolvía la historia de Los Alzola canarios dando lugar a maravillosas revelaciones que nos sorprendieron a todos, canarios y venezolanos, por igual.
Viajeron al Caribe es la historia de familias que salieron de Europa, específicamente desde Francia y España, cubriendo extensas y agotadoras rutas marítimas desde su lugar de orígen hasta Venezuela. Se enamoraron de ese país hasta el punto de querer quedarse y formar parte de ese maravilloso mestizaje que conforma al venezolano, una raza distinta, pluricultural, sin complejos ni traumas postcoloniales. Una raza con un poquito de todo que creció abrazando al portugués de la bodega de la esquina, al español de la panadería, , al gallego de la pescadería, al negro que cosechaba el café y el cacao, al musiú (monsieur) de la pastelería, al alemán de la Colonia Tovar y a todos esos inmigrantes que encontraron en Venezuela un hogar cuando, por guerras o conflictos se vieron obligados a abandonar sus naciones o que simplemente llegaron en busca de una vida mejor o a reencontrarse con sus familias y fueron acogidos por todo un país y sus gentes cuya hospitalidad es harto conocida.
Nadie ha podido, ni podrá jamás, hacer sentir a un venezolano como un ente aparte del mestizaje que genéticamente o de corazón, lo formó. Nadie podrá dividirlos y mucho menos catalogarlos por separado como afrodescendientes, eurodescendientes e indígenas, porque para separarlos habría que desmembrarlos. Hagan lo que hagan o digan lo que digan, en Venezuela nunca ha existido ni existirá la xenofobia ni el racismo aunque algunos gobernantes a fuerza de repetición hayan pretendido inculcar esos antivalores en los últimos años.
En Venezuela se puede ver a un indígena traduciendo discursos de su lengua nativa al castellano, a un mulato hablando inglés, a un inglés bailando calipso en el Callao y a un español diciendo "!Qué vaina! compadre". Por las calles de Venezuela pasea el italiano con su negrita con quien tiene 5 hijos y sabe más de gastronomía italiana que la Nonna porque la aprendió a pulso de amor para agradarlo. Se puede ver a un francés en la Goajira o en Los Roques y a un canario margariteño enseñando a sus hijos a pescar porque el mar Caribe les pertenece por herencia porque fueron ellos quienes elaboraron "El peñero" y enseñaron a la gente a navegar en ellos y a hacer trasmallos, bicheros y toda clase de aparejos para la pesca.
Es por eso que esta historia se llama Viajeros al Caribe, viajeros que llegaron para quedarse hasta hacer de sus descendientes, indistintamente del color y del idioma, unos venezolanos de pura cepa.
He aquí la historia de estas familias venezolanas.
Los Hernández. Primeros en llegar desde las islas canarias; su apasionante historia data desde 1766 cundida de relatos insólitos como es el caso de la muerte del fundador de la familia; Don Vicente Hernández, tatarabuelo de mis hijos, quién fue uno de los españoles fusilados luego de que Bolívar proclamara el "Decreto de guerra a Muerte"
“Españoles y Canarios: contad con la muerte, aun siendo indiferentes; Americanos, contad con la vida aun cuando seáis culpables”.
Más tarde, libres de odios y de resentimientos, serían los propios descendientes de Don Vicente quienes lucharían por la patria y pasarían a ser próceres de la independencia, como Don Francisco Hernández quien figura en la lista de los ciudadanos eminentes de la Patria y es un prócer de la independencia Nacional. Era primo por línea materna del valeroso General Pedro Hernández, célebre en guerras de la independencia, natural del Chaparro y quien alcanzó en premio de su heroísmo en la Batalla de San Félix, el alto honor de ser nombrado funcionario del Ministro de la Guerra por el Libertador Bolívar después de la toma de Angostura.
Otros Hernández se relacionarían en el tiempo con parientes del Mariscal Sucre y del General Ribas como es el caso del bisabuelo de mis hijos, Dr José Miguel Hernández Machado quien casó con Antonia Manuela Sánchez Ribas, descendiente directo de José Féliz Ribas.
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Los Alzola. Otra época, una historia diferente. Don Jacinto Alzola, maestro Carpintero de Ribera, un canario que llegó a Venezuela en el año 1876 contratado por el Gobierno de Antonio Guzmán Blanco para transmitir sus conocimientos en la fabricación de embarcaciones con la técnica canaria y luego, a fuerza de trabajo, se destaca como comerciante, decide echar raíces y adoptar ese país como segunda patria para sus descendientes. Sus hijas conformaron hogares dignos y decentes e impartieron a su prole una excelente educación basada en los principios y los valores formando hombres y mujeres de bien cuyos hijos se destacaron en distintos ámbitos profesionales y laborales.
Manuel Jacinto fue el único de los hijos varones de Jacinto Alzola que tuvo descendencia, volvió a Canarias , se casó y le dio a su abuelo Jacinto un nieto llamado como él. El apellido Alzola se perpetuaba así, en su país de origen y en la persona de Jacinto Alzola Cabrera, un ilustre caballero que fue galardonado con la medalla de oro de Canarias por sus grandes méritos como letrado, docente y catedrático.
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Los Roncajolo. Franceses provenientes de Bastia, Córcega. Su historia marca un antes y un después en la Venezuela del progreso. Invirtieron su fortuna y su trabajo en un país que les robó el corazón. Cundieron el territorio de trenes y de hijos franco-maracuchos que llegaron a ser presidentes del Estado Zulia y siguieron la tradición familiar en la construcción de una patria de la cual se sienten orgullosísimos.
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Los Lemoine. Empresarios franceses, ingenieros unos, relojeros y joyeros otros que durante el mandato del General Guzmán Blanco participaron en obras importantes como la construcción de la actual Asamblea Nacional, llevaron la primera máquina a vapor al país, fabricaron acueductos y plazas con fuentes de agua potable y afrancesaron la capital de la nación. Sus descendientes combatieron en el Ejército Nacional y lucharon contra el gomecismo. Emprendieron acciones dirigidas a hacer de Venezuela la cuna del progreso, siendo en su momento uno de los países más modernos del continente. Legaron al país varios venezolanos destacados en el área del comercio, la medicina, la ciencia y la política.
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